Miquel Gomila, la historia del arader de Es Mercadal

By Ariadna Pons Soler

Si algún día aterrizas en Menorca y decides seguir una ruta que no acabe en una playa urbanizada, o cuando no sea el mes de agosto, te darás cuenta de que el paisaje rural isleño se caracteriza por muchos elementos; su belleza y parsimonia son alguno, pero uno de lo más curioso es una barrera hecha de acebuche, formada por cinco o seis barras horizontales, con los llamados botadors verticales a ambos lados que las junta, y una diagonal para reforzar.

Estas barreras menorquinas, localmente conocidas como barreras de acebuche ––barreres d’ullastre––, forman parte del patrimonio cultural de la isla, y como opinión personal, sus artesanos también. Son los araders.

Miquel Gomila es nieto, hijo y padre de un arader y de un Miquel Gomila ––de esto último también abuelo––.

Miquel Gomila, la historia del arader de Es Mercadal

¿Cómo tomó la decisión de ser arader?

Mi padre hacía años que me decía “Miquel, hazte arader” y yo, “¡No!”. Un día de agua y mucho frío, en que trabajaba encima de un andamio, de paredador, poniendo barro, “¡Ya tengo suficiente!” dije. Cuando llegué a Mercadal le dije a mi padre “Padre, mañana empiezo”. Esto debía ser en el 51 o 52. Miquel, que nació en 1929, tenía veinticinco años.

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Cuando empezó el oficio, el arader elaboraba herramientas agrícolas y necesarias para el trabajo del campo, y especialmente se dedicaba a hacer arados ––de aquí el origen de su nombre–– que se utilizaban para labrar el campo. Entonces el oficio era muy difícil, no como ahora, por qué entonces hacíamos carros, ruedas, arados, capoladores para dar de comer a los cerdos… y hoy no. Hacíamos barreras, pero no como ahora. Muchas de las herramientas que elaboraban se han ido sustituyendo por máquinas, de manera que la principal fuente de trabajo son las barreras.

El que era el taller de Miquel, y que ahora lleva su hijo, se ha quedado sin una competencia que con los años se ha ido extinguiendo, hasta llegar a ser el único del gremio en el pueblo donde él nació y siempre ha vivido, Es Mercadal, y uno de los pocos de la isla. Este pueblecito en el centro de la isla, con tres mil habitantes, no solo le ha dado su profesión, sino sobre todo María, su mujer, y sus dos hijos. Esta conversación con Miquel no la tenemos a solas, sino que en su casa de la calle Tramuntana ––localizada encima del taller–– también nos acompaña María y su nieto Miquel, de veintiséis años.

Hacerle preguntas a Miquel cuando María está delante es como hacerle preguntas a María. La voz precisa y chispeante de esta joven de ochenta y siete años a ratos se impone ante la de Miquel, que es más bien flojita, tímida, amable y casi cuchicheada; especial. Ella nos advierte que es a mí que me tienes que hacer la entrevista, porque no dejaré hablar a nadie. Hace 66 años que están casados, aunque tienen alguna maraña con las fechas, María tiene claro que sí que sabemos qué decimos, pero lo mezclamos.

Miquel nos explica con la parsimonia de quien no sabe que aquello que dice es tan cautivador, y yo escucho con la inquietud de quien es consciente que está siguiendo el rastro de una generación que se va apagando.

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¿De la guerra civil te acuerdas?

Mucho. Lo pasamos muy mal. De allí donde vivíamos, lo que ahora es la barbería de Iván, nos tuvimos que ir a vivir a Mahón, porque a mi padre lo llamaron de comandancia ––el bando republicano––, y él dijo, me conviene mucho. Toda la guerra la pasamos en Mahón. Cuando la guerra acabó volvieron a Es Mercadal, siete hermanos y los dos padres, sin nada más que algún mueble desmontado.

Un anochecer, me acordaré toda la vida, mi madre vino “Levantaos deprisa, levantaos deprisa!” Tocaba la sirena, aviones. No estuvimos a tiempo, nos pusimos dentro de una despensa, detrás cayeron cuatro bombas y no escuchamos ninguna. Hacían el hoyo y quedaban allá dentro. Éramos en un armario con vidrios, todo se rompió. Lo pasamos muy mal. Nuestra vida de jóvenes fue un poco…

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No lo supo acabar. Debe de ser complejo encontrar una palabra que defina una infancia con guerra e inestabilidad, porque tal vez ninguna palabra puede describirlo.

¿Y después de la guerra?

De entonces no hablemos.

Este hombre tranquilo y constante, como una hormiga que va trabajando y recopilando sin que uno se dé cuenta, lleva jubilado unos cuántos años. Pero, siempre que puede, huye para ayudar a su hijo con las demandas de barreras que se van acumulando. Si le quitaras eso, quizás sí que perdería su talante reservado y tranquilo.

Miquel Gomila, la historia del arader de Es Mercadal y nieto

¿Qué es lo que más le gusta hacer ahora, en su día a día?

Ahora, ¿ahora? Trabajar.

¿Y, cuándo juega el Madrid? Pregunta Miquel nieto

No soy fanático, eh no Miquel, porque veo que el fútbol de cuando yo jugaba, comparado con el de ahora, es muy diferente. No ves un fútbol limpio.

Miquel Gomila, este hombre pausado y sereno, de manos artesanas y voz amable, de corazón tupido y cabeza madurada, es el reflejo de quien habla después de haber vivido muchas lecciones y vive con la confianza que ya ha cumplido.

¿Qué es lo que más te gusta de Es Mercadal?

¿De Mercadal?, me encanta todo. Todo me gusta. Si me tuviera que quedar con una cosa de Mercadal, de lo que tengo, sería el taller y la mujer.

El taller, la mujer y Mercadal, le han dado todo a Miquel Gomila. Pero con una sensibilidad cautivadora y una voz anodina, hace que ningún esfuerzo parezca vano.